El pasado miércoles 17 de enero un frente del SW dejó entre 2 y 20 mm de lluvia en el norte del Pallars y el Vall d’Aran. Esta precipitación cayó en forma de lluvia hasta 2500 m y fue más abundante en el límite sur de estas regiones. En las vertientes umbrías, esta lluvia cayó sobre un manto de nieve seca y esto provocó aludes pequeños y medianos (tamaño 1 y 2). En las vertientes más soleadas, también hubo actividad de avalanchas pero menos destacable.

La lluvia o la fusión brusca de la nieve provoca un aumento de la cantidad de agua líquida dentro del manto. Si esta agua se acumula alrededor de los cristales o bien en un nivel interno especialmente impermeable, los cristales pierden cohesión entre ellos y también entre capas, desencadenando aludes. Las salidas puntuales se producirán cuando los cristales están tan envueltos en agua que la capilaridad deja de ser efectiva y son arrastrados hacia abajo por la gravedad. Los aludes de placa húmeda se producirán por una pérdida de resistencia de la capa débil al humedecerse. Y los deslizamientos basales se producirán por una pérdida de rozamiento entre el manto y el terreno debido a la presencia de agua que lubricará el contacto. La distribución de estas avalanchas dependerá de la causa de este humedecimiento y del manto previo en las diferentes orientaciones y altitudes.

Durante la salida que hicimos el pasado domingo 21 de enero por el valle de Bonabé, vimos aludes de este episodio de lluvia que antes comentábamos.

Aludes de placa húmeda en la cara NW del pic de Geu, a unos 2400 m. Parece que el agua percoló hasta la costra basal, los cristales perdieron cohesión por un exceso de agua y la nieve se deslizó por encima de este plano. Esta zona de salida llega a generar aludes que pueden atravesar la pista que va del refugio del Fornet a Montgarri. Pero no fue el caso de ese pequeño ciclo de avalanchas.

Deslizamiento basal en una vertiente orientada al NW a 2025 m, remontando el collado que queda entre el barranco de la Tinta y Aulà. La humedad llegó hasta la base del manto y al lubricarse el contacto entre el manto y la hierba, se produjo el alud.

Aparte de las características de la precipitación (tipo, cantidad e intensidad), es muy importante ver sobre qué tipo de manto cae, en este caso, la lluvia. Las vertientes soleadas estaban ya más acostumbradas a la presencia de agua líquida dentro del manto debido a los ciclos de fusión y rehielo diario y supieron evacuar el exceso de agua líquida sin perder tanta resistencia. Por el contrario, las vertientes más umbrías reaccionaron más bruscamente a la lluvia, a la humedad y a las temperaturas altas de ese día.

Otro de los indicios que vemos en superficie después de este tipo de episodios son los surcos. Los surcos siguen las formas del relieve y son la red de canales por donde el agua líquida se infiltra en el manto. Cuando estos canales están formados, el manto puede evacuar el agua y ésta no se acumula. Por eso, si ahora volviera a llover sobre el manto que tenemos, la actividad de aludes sería menor. El manto estaría más preparado para resistir la lluvia o un nuevo episodio de fusión brusca. Esquemáticamente, si hiciéramos una sección de estos canales de drenaje veríamos lo siguiente.

Canales de drenaje que se forman cuando existe una cantidad importante (y repentina) de agua líquida dentro del manto. La causa puede ser la lluvia o también la fusión por radiación, humedad y temperatura del aire.

Durante esta salida vimos cómo los surcos quedaban mucho más marcados en las umbrías que en las solanas, ya que las umbrías tuvieron que adaptarse más rápidamente a la percolación del agua.

Orientación NE, a la derecha, donde se observan caída de bolas y surcos bien marcados. Orientación SW a la izquierda, donde la superficie es mucho más regular.

Vertientes empinadas orientadas al SE en el barranco de Cernalles donde estos surcos están presentes pero no tan evidentes como en las umbrías.

Es importante tener en cuenta que existen otros factores, aparte de la orientación respecto al sol, que entran en juego durante la formación de los surcos. Por ejemplo, una acumulación de nieve venteada bien cohesionada es menos permeable y los pequeños cristales que la forman absorberán el agua como una esponja. Por consecuencia, el agua tendrá más dificultad para infiltrarse y quedará retenida en superficie.

¡Importante!

La nieve primavera (cuanto más vieja, mejor) es más permeable y el agua tiende a pasar a través, en vez de acumularse. Por eso no se inestabiliza tanto cuando recibe unos litros de lluvia o es sometida a un período de fusión intensa. La nieve seca, en cambio, reacciona al cambio y suele generar aludes. Aun así, este pico de inestabilidad no perdurará demasiado en el tiempo y una vez que los canales de drenaje estén establecidos, el manto volverá a estabilizarse. Como ya sabemos, una bajada de la temperatura del aire o el rehielo nocturno por irradiación ayudaría significativamente a un encostramiento superficial del manto, que contribuiría a la estabilidad. Pero, ¡importante! Si tenemos capas impermeables en el interior del manto o en la base donde se ha acumulado el agua, el problema puede tener algo más de inercia y no responder de inmediato a este encostramiento superficial. Por eso es frecuente oír la frase de “los deslizamientos bajan cuando quieren. A veces durante la noche, aunque sea serena”.

Y por último, la lluvia no solo es un aporte de agua líquida y temperatura, sino que también es un aumento de la carga sobre el manto.

TEXTOS E IMÁGENES: Sara Orgué

Fecha: 24 Ene 2024

Autor:

Categoría: Divulgación, Formación

Compartir



Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *